
EL PESO DE LA VOZ.
Peso cada palabra.
La evalúo.
Hago fragua de ella.
La huelo.
Mido sus tiempos y su ritmo sinfónico.
La declaro deidad tramada en engaño.
Acaricio su perfecto cuerpo de luchadora sin torso,
ni pies
ni puños cerrados.
Me desvío y
me rindo hasta confesarme de miedo ante los leones de su majestad sinuosa.
Quiebro el mutismo para entrar en el silencio.